"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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070. Historia de Rebeca

HISTORIA DE REBECA Rebecca —conocida en español como Rebeca y Rebeca, una mujer inolvidable— es un largometraje estadounidense de 1940 rodado en blanco y negro y hablado en inglés. Está basado en la novela Rebeca, de Daphne du Maurier. Fue dirigido por Alfred Hitchcock, producido por David O. Selznick y protagonizado por Joan Fontaine y Laurence Olivier. Además de por sus méritos artísticos, que le valieron el Óscar a la mejor película, es importante por ser el primer filme que el inglés Hitchcock rodó en los Estados Unidos. A mediados de la década de 1930, el director británico Alfred Hitchcock había tenido noticias del interés que algunos productores estadounidenses tenían por hacerse con sus servicios. Sus películas El hombre que sabía demasiado y Los 39 escalones le habían dado fama mundial. La idea de cruzar el Atlántico era tentadora debido a la mayor solvencia técnica del cine estadounidense, pero también conllevaba un riesgo. En su país era ya una figura conocida y respetada, tenía un control casi total sobre su obra y desarrollaba una rica vida social en la que era reverenciado por los periodistas. Así las cosas, tras finalizar el rodaje de Inocencia y juventud decidió pasar unas vacaciones en los Estados Unidos. El 22 de agosto de 1937 desembarcó en Nueva York acompañado de su esposa, su hija y su secretaria Joan Harrison Pronto recibió una oferta de Pandro S. Berman para rodar una película con RKO, un proyecto que nunca llegó a realizarse. Al mismo tiempo, Katherine «Kay» Brown, representante del productor David O. Selznick, le invitó a pasar unos días en su casa de campo de Amagansett y negoció insistentemente con él. Sin embargo, el 4 de septiembre, sin haber acordado nada, el director y su familia regresaron al Reino Unido. Mientras Hitchcock preparaba el rodaje de The Lady Vanishes, Selznick envió en noviembre a Inglaterra a Brown y a John Hay Whitney, un destacado ejecutivo de su productora. Ambos pudieron ver Inocencia y juventud en un pase privado y, mientras al segundo no le gustó en absoluto y telegrafió a su jefe diciéndole que no tomara ninguna decisión sin verla antes, a la primera sí le agradó y aconsejó a Selznick que no hiciera el menor caso de Whitney. De esta forma, y no solo por ese detalle, Kay Brown fue decisiva para el entendimiento entre director y productor. Además, Hitchcock tuvo la sinceridad de expresar delante de ellos su interés por la novela Rebeca, de Daphne Du Maurier, quien era hija de un viejo amigo suyo. El resultado fue que Selznick le envió un telegrama el 9 de enero de 1938 ofreciéndole la posibilidad de dirigir la película para él y, posteriormente, adquirió los derechos de su adaptación cinematográfica. En marzo de 1938, Selznick pudo ver Inocencia y juventud, película que le entusiasmó. Continuó enviando telegramas a Inglaterra exponiendo planes de posibles películas. Pero una entrevista concedida por Hitchcock en la que decía que el trato estaba todavía en el aire y expresaba su deseo de tener tanto peso en la película como el productor, decepcionó al productor. La interrupción de sus telegramas desilusionó, a su vez, al director inglés, que reaccionó enviando una carta a su representante para que le hiciera llegar a Selznick su contrariedad por no haber alcanzado un acuerdo. Además, había contratado como representante a Myron Selznick, hermano del productor, en la convicción de que ello facilitaría el acuerdo. En mayo, Selznick ofreció a Hitchcock realizar un filme sobre el hundimiento del Titanic, idea que el realizador inglés dijo —con mayor o menor sinceridad según unas u otras fuentes— que también rondaba por su cabeza. Todavía hizo en junio de 1938 un nuevo viaje a los EEUU en el que RKO no aceptó sus condiciones y Samuel Goldwyn ni siquiera le hizo una oferta. La incierta situación política europea había afectado a la industria cinematográfica británica, que se vio fuertemente disminuida. Fue entonces cuando definitivamente decidió firmar un contrato con Selznick que comenzaría en abril de 1939. El anuncio se hizo el 9 de julio y el contrato incluía a Joan Harrison como ayudante especial del director, algo poco frecuente y de lo que Myron Selznick se sintió muy satisfecho. Hitchcock tendría así tiempo para dirigir su última película británica: Jamaica Inn, también basada en una novela de Du Maurier. Director y productor se conocieron al fin personalmente en un encuentro muy cordial, el contrato se firmó el 14 de julio y Hitchcock regresó a Inglaterra. La decisión del director era lógica. La reacción de los círculos académicos británicos hacia el cine había sido siempre despectiva, pues consideraban que era una industria creada por las clases medias con destino al consumo por las clases bajas. La obra de Hitchcock era considerada por esas élites como poco más que un entretenimiento aceptable. Sin embargo, los estadounidenses estaban entusiasmados por el trabajo del realizador y era lógico que este respondiera favorablemente. En septiembre Selznick consideraba Titanic su primera opción, aunque seguía pensando en Rebeca. La novela de Daphne du Maurier se había publicado el 5 de agosto, y la escritora expresó su insatisfacción con la versión cinematográfica de Jamaica Inn. Pero las buenas referencias que recibió acerca de la fidelidad con que Selznick trataba los textos literarios en sus adaptaciones le convenció de venderle los derechos por 50.000 dólares. El exitoso estreno en octubre de The Lady Vanishes convenció a la crítica estadounidense de que Hitchcock era el único director extranjero de altura. En diciembre, Selznick esperaba que el director y Joan Harrison tuvieran ya terminado el primer guion de Rebeca, pero la respuesta del realizador era que necesitaba más tiempo debido a la redacción de la novela en primera persona. El productor comprendió que Hitchcock necesitaba mayor libertad que otros directores. El primero de marzo de 1939 la familia Hitchcock embarcó en Southampton con destino a América. Con ellos viajaban la fiel Harrison, una cocinera, una doncella y dos perros. El director se instaló definitivamente en EEUU en marzo de 1939, informado ya de que Selznick había desechado el proyecto sobre el Titanic y prefería abordar la adaptación de Rebeca. Como el productor pensilvano seguía enfrascado en la gigantesca producción de Lo que el viento se llevó, los Hitchcock no tuvieron prisa. Tras unos días en Nueva York, llegaron a California y emplearon el tiempo en buscar una casa y establecer algunas relaciones sociales. El 10 de abril, el director pasó a integrarse oficialmente en Selznick International Pictures y comenzó a acudir a una oficina acompañado de Joan Harrison y, habitualmente, de su esposa Alma para trabajar en el guion de Rebeca. En esta época, David O. Selznick estaba ampliando su imperio cinematográfico. Se había iniciado como productor en 1923 en la compañía de su padre. Posteriormente, había trabajado sucesivamente en Metro, RKO, Paramount y, de nuevo, en Metro-Goldwyn-Mayer, donde contaba con el apoyo de su suegro, Louis B. Mayer. Finalmente acababa de fundar su propia compañía, la Selznick International Pictures. Desde 1935 formaba el triunvirato dirigente de la productora United Artists junto con su suegro Samuel Goldwyn y Walter Wanger. Allí había implantado un estilo basado en las espectaculares producciones destinadas a satisfacer el gusto popular con grandiosidad escénica. Había producido con éxito filmes tan distintos como El pequeño lord (John Cromwell, 1936), El prisionero de Zenda (J. Cromwell, 1937), A Star is Born (William A. Wellman, 1937) e Intermezzo (Gregory Ratoff, 1939). Cuando Hitchcock llegó a los Estados Unidos el empresario se hallaba completamente sumergido en el complejo rodaje de Lo que el viento se llevó. Muy fatigado por el esfuerzo, aparentaba más de los treinta y siete años que contaba, pero dejó claro que, pese a su carga de trabajo, prestaría una personal atención a Rebeca. David O. Selznick se encontraba en la cumbre de su carrera. Selznick era una persona que se ajustaba meticulosamente al guión, visitaba el plató con frecuencia y se aseguraba de que el rodaje se ajustaba a lo estipulado en todos los detalles. Cada día redactaba un extenso memorando que contenía numerosas instrucciones dirigidas a sus directores y otros muchos colaboradores indicando las cosas que se debían corregir para que sus productos llevasen el sello de la casa. Además, consideraba esencial la fidelidad a las obras literarias en las que se basaban las películas, a fin de no decepcionar al público que las había leído y esperaba su traslación a la pantalla. En el caso de Rebeca, creía que había que respetar el carácter romántico de la novela, a fin de que las espectadoras se identificaran con el personaje protagonista. Hitchcock propuso rodar la película en cuarenta y ocho días y por 947.000 dólares, pero Selznik rebajó ambas cifras a treinta y seis días y 750.000 dólares. También esperaba que el director rodase cuatro páginas del guion cada día. Sin embargo, el inglés no estaba todavía habituado a la forma de trabajar en los Estados Unidos y rodaba con mayor lentitud. Pese a las diferencias de estilos, Hitchcock acabó gozando de una independencia mayor que otros directores que habían trabajado con el productor. Pero esa relativa libertad no evitó que surgieran los roces. Los preparativos del estreno de Lo que el viento se llevó no impidieron que Selznick prestara la misma atención a Rebeca que a su mayor éxito. Su director de publicidad, Whitney Bolton, diría más tarde que Hitchcock no era amable y que disfrutaba pinchando a los demás. Creía, además, que buscaba siempre llamar la atención y, si no lo conseguía, reaccionaba con irritación. Por su parte, a sus treinta y siete años, Selznick estaba realizando su sexagésimo novena película, y desarrollaba una notable energía en su labor de producción. Se apoyaba en su esposa Irene, hija de Louis B. Mayer, así como en el uso de una delicada mezcla de barbitúricos y anfetaminas. Además de controlar diariamente los progresos, el productor asistió personalmente al rodaje de determinadas escenas claves, como aquella en la que la señora Danvers muestra a la protagonista objetos personales de Rebeca; una escena insignificante en la novela que Hitchcock convirtió en una de las mejores del filme. Esa secuencia en la antigua habitación de Rebeca fue enriquecida con un detalle sutil por indicación de Selznick: un retrato de Max de Winter colocado en el tocador cuya presencia debía herir a la protagonista. El esfuerzo de Selznick se vio recompensado. Rebeca consiguió el Óscar a la mejor película en la edición correspondiente a 1940. Y lo hizo superando a rivales de la talla de The Grapes of Wrath y The Long Voyage Home, ambas dirigidas por John Ford; El gran dictador, de Charles Chaplin; The Philadelphia Story, de George Cukor; Our Town, de Sam Wood; La carta, de William Wyler y Foreign Correspondent, realizada por el propio Hitchcock. Selznick recibió con gran satisfacción el premio, que era el segundo consecutivo tras el de Lo que el viento se llevó. Aunque Selznick respetó siempre el talento de Hitchcock, rodó con él tres películas más —Spellbound, Notorious y The Paradine Case— y el público les respondió en taquilla, no llegó nunca a simpatizar con el director debido a sus notables diferencias respecto a cómo abordar el medio cinematográfico. Rebeca, de Daphne Du Maurier, es una novela psicologista de clara raíz folletinesca, un relato romántico y gótico con algunas similitudes con Jane Eyre, la novela que escribiera Charlotte Brontë en 1847: protagonistas jóvenes abrumadas por la duda, lujosas mansiones situadas en desolados parajes, el peso del pasado y de los difuntos, pavorosos incendios y finales aparentemente felices. Publicada en 1938, había sido un éxito de ventas en el Reino Unido y los Estados Unidos, y había sido ya traducida a varios idiomas. Aunque seguramente alejada de los gustos del siglo XXI, sigue siendo una novela popular. Su trama es algo sensiblera, con personajes buenos y malos y una cenicienta que consigue un final feliz. A finales de 1938 Selznick había pedido a Hitchcock un primer tratamiento del guion y había intentado concretar el nombre de un escritor que lo revisara. El realizador inglés le dijo que esperara a ver el primer guion antes de pensar en otro adaptador. De hecho, rechazó los nombres de Lillian Hellman, Martin Buckley, Charles Brackett, Delmer Daves y Philip MacDonald, si bien este último llegó a colaborar brevemente en el proyecto y figuró finalmente en los créditos como coadaptador. Ya antes de trasladarse a América se puso a trabajar en el escrito junto con su secretaria Joan Harrison y Michael Hogan, libreto que terminaría ya en Estados Unidos. Hitchcock menospreciaba la novela, a la que consideraba literatura femenina. Decidió mantener el armazón principal, pero suprimiendo gran parte de la trama y modificando varios personajes. Introdujo secuencias humorísticas e intentó eliminar ese espíritu femenino. Además, la estructura del guion era muy diferente a la que se solía utilizar en Hollywood y contenía muchas más escenas y mayor precisión en cuanto a diálogos y enfoque de cámara. Este primer guion horrorizó a Selznick cuando lo leyó el 3 de junio de 1939, y fue tajantemente rechazado por el productor, a quien no le gustaba el sentido del humor introducido y quería un tratamiento respetuoso con la novela original para no ofender a sus numerosos lectores. El productor envió a Hitchcok uno de sus largos memorandos en el que explicaba los motivos del rechazo. «Compramos Rebeca y tenemos intención de filmar Rebeca», decía en resumen. Le parecía de un humor sumamente vulgar una escena inicial en la que Maxim de Winter hacía que se mareasen los demás pasajeros de un barco al fumar un cigarro. Creía además que el guion no había diseñado correctamente las complejas personalidades de la señora Danvers, Maxim y de la propia señora de Winter; y que sobraba una lunática abuela que no existía en la novela y que habitaba en una aislada torre al estilo Brönte. Selznick contrató entonces a Robert E. Sherwood, prestigioso autor teatral y habitual adaptador al cine de obras literarias inglesas. Este revisó el texto anterior ajustándolo al gusto del productor, si bien Hitchcock supo capear hábilmente algunas de las imposiciones de Selznick. Aunque la contribución de Sherwood fuera cuantitativamente menor, no es en absoluto desdeñable. Por ejemplo, fue él quien ayudó a resolver el tratamiento de la secuencia de la confesión de Maxim de Winter a su esposa —que Hitchcock había pensado inicialmente solventar con un flashback— al convertirlo en un monólogo al que el director daría un imaginativo tratamiento visual. También había un problema con el Código de Producción de Películas, que no podía aceptar que Maxim de Winter fuera el asesino de su primera esposa y quedara impune. A Selznick le irritaba mucho la censura cinematográfica, que consideraba un obstáculo para el arte, y pensó que Sherwood podía ser la persona indicada para sortear ese obstáculo y para expurgar y pulir el guion. Por su parte, Hitchcock fue consciente de que debía aceptar tanto las imposiciones del código Hays como las del productor. También apreció que se le permitiera participar en la elaboración del guion, si bien lamentaba las extensas jornadas de trabajo de Selznick, que se extendían hasta altas horas de la madrugada. Por otra parte, es indudable que el productor era un experimentado cineasta con un excelente criterio acerca de cómo una película podía triunfar comercial y artísticamente. Y ofrecía una excelente remuneración y cómodas condiciones de trabajo que compensaban el agitado ritmo seguido. El 29 de julio de 1939 se alcanzó un resumen de guion que incluía las ideas comunes a productor y director y el 7 de septiembre fue aprobado el guion definitivo. Finalmente fueron Sherwood y Harrison los firmantes del guion, figurando los mencionados Hogan y MacDonald como coadaptadores. La participación de cada uno en el resultado final sigue siendo discutida, ya que Donald Spoto opina que Sherwood fue quien menos aportó mientras que señala la participación no acreditada de la esposa de Hitchcock, Alma, quien había colaborado con Hogan en el primer guion. Sin embargo, el propio Hitchcock reconoció más tarde a François Truffaut que Sherwood ejerció una gran influencia en la película al escribir «el guion desde un punto de vista menos estrecho de lo que hubiéramos hecho en Inglaterra». El código Hays impidió un desarrollo que estaba presente en el primer guion. El hecho de que durante buena parte de la película Max de Winter fuera sospechoso de haber asesinado a su primera esposa fue sustituido por la muerte accidental de esta. El director aceptó la modificación sin mayor problema. Sherwood y Harrison fueron nominados al Óscar al mejor guion adaptado pero fueron derrotados por Donald Ogden Stewart por su trabajo para The Philadelphia Story. «Anoche soñé que volvía a Manderley...». La voz en off de la protagonista abre la cinta con la ya célebre frase mientras la cámara cruza el umbral de la citada mansión y muestra un brumoso paisaje fantasmal propio de los sueños o de los recuerdos. La humilde esposa se siente fuera de lugar en la mansión. Una joven que trabaja como señorita de compañía conoce casualmente a un lord en Montecarlo. Este —Max de Winter— se encuentra traumatizado por la reciente muerte de su mujer y parece encontrar la felicidad en compañía de la joven. Al poco tiempo contraen matrimonio y se establecen en Manderley, la mansión rural inglesa en la que el lord vivió en compañía de Rebeca, su primera esposa. La nueva lady de Winter tiene dificultades para adaptarse a su nuevo papel de señora, acomplejada por la imagen que se forma de su predecesora, a lo que contribuye la actitud hostil del ama de llaves, la señora Danvers. Esta parece empeñada en hacerle notar que no puede competir con la anterior señora de la casa, y su consejo de llevar un determinado vestido a un baile de disfraces no hará sino empeorar las cosas. La misma noche del baile es encontrado cerca de la costa el yate de Rebeca hundido conteniendo su cadáver. Max confiesa a su esposa que él no amaba a Rebeca y que esta murió accidentalmente. Asustado, la embarcó en el balandro y abrió las espitas para que se hundiera. En un primer momento, las sospechas de asesinato recaen sobre él. Sin embargo, la investigación revela que Rebeca padecía una enfermedad incurable, por lo que se supone que se suicidó. Superado el recuerdo de la difunta, la pareja se dispone a vivir felizmente, pero antes de eso presencian como la señora Danvers prende fuego a Manderley hasta la completa destrucción tanto de la mansión como de la enajenada ama de llaves. Mientras que en la novela la narradora relata toda la acción desde un presente feliz que el lector conoce, en la película desaparece después de ese comienzo, el espectador ignora el desenlace y el argumento toma la forma retrospectiva. Apius Claudius Caecus...

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